EL FETICHE DEL VOTO
Por @EddyTimaure
Un fetiche, en términos generales, es un elemento de
culto al que se le conceden propiedades mágicas o sobrenaturales. El fetichismo
ha encontrado en la religión, en las apuestas, en el sexo, en el deporte, por
ejemplo, terrenos fértiles para su edificación. En el campo de la política,
especialmente la venezolana, tampoco ha sido la excepción, convirtiendo al voto
en un fetiche sin cuya manifestación es imposible producir un cambio político
en el país.
Frases como: “la salida electoral y pacífica a la
crisis”, así como “la ruta democrática y electoral”, se han acuñado como
clichés a lo largo de los últimos años, aderezadas, frente al debate, con
aquella de que “los demócratas tenemos votos no balas”. De esta manera el voto
ha servido para asestarle derrotas a la tiranía, pero, devenido en fetiche,
también para conciliar posiciones, frenar rebeliones contra la dictadura y
colaborar con ella.
Hay quienes señalan, incluso, que la democracia tiene
su origen en el voto, reduciendo la participación a ello, dejando de lado que el
voto es un instrumento y no un fin en sí mismo. Tras de ello, oportunistas
consumados y posiciones oportunistas se han escudado para justificar la
política particular que han asumido, generalmente asociada al afán hegemonista
y divorciada del interés y la urgencia nacional.
Y es que, la ausencia de consideraciones basadas en el
análisis científico de la realidad política venezolana, como elementos
fundamentales del debate, ha hecho que las emociones y la ligereza dominen la
escena. No es casual que se asuman categorías propias del discurso
gubernamental, para referirse a acciones que despliegan expresiones diversas de
la oposición; guarimba, infiltrados, violentos, traidores, colaborando con la
dictadura en el posicionamiento de su discurso, en la descalificación de las
acciones de protesta y sus protagonistas, así como en la división del campo
opositor.
Esa misma ausencia de debate, de profundidad en el
análisis, de identificación de las determinaciones del momento político, de las
tendencias, de consideración del contexto geopolítico internacional en el que
se producen los acontecimientos políticos en Venezuela, así como de las formas
de lucha, lleva a la dirección política nacional (a su mayoría), a apelar a la
misma respuesta electoralista para confrontar a un adversario que ha dejado de
lado cualquier formalismo democrático, erigiéndose en dictadura que busca
perpetuarse en el poder.
Así, lo que pudo haber terminado en el 2014 o en el
2017 se echó por la borda, colaboracionismo electorero de por medio, bajo la
premisa de que, sofocadas las rebeliones, llegarían al poder por la vía
electoral, pero ya sabemos en lo que quedó toda esa maniobra; en un nuevo
respiro para la dictadura.
De cara a estas elecciones, la mayoría de las organizaciones
políticas opositoras se han negado a participar y, con
variadas iniciativas, convocan a la unidad superior; el Frente Amplio Unitario,
Soy Venezuela y el Bloque Constitucional, entre otras, para salir de la
dictadura, mientras que otras, aglutinadas alrededor de la figura de Henri
Falcón, han decidido participar en las mismas, poniendo en evidencia lo que ha
sido una constante en la oposición venezolana; la ausencia de estrategia
unitaria y facilitando, estos últimos, la legitimación de un fraude llamado
elecciones presidenciales.
Una cuestión que vale la pena destacar es que el Frente
Amplio Unitario, a pesar de su llamado a no votar, señala como principal
propósito luchar por elecciones justas y democráticas, en lugar de luchar por
salir de la dictadura, a pesar de que la propia constitución nacional establece
diversos mecanismos para, presión popular de por medio, poner fin a regímenes como
el que sojuzga a los venezolanos.
Ahora bien, ¿acaso debemos desechar el voto y las
elecciones como forma de lucha?; no. A regímenes como el venezolano se le
enfrenta en todos los terrenos: en la calle, con la organización, movilización
y presión popular, en lo electoral también, es decir, combinando distintas
formas de lucha que permitan asestarle derrotas hasta lograr su salida. La
abstención también es una forma de lucha. Cuando se ejerce por actores o
contendientes políticos que resumen lo fundamental de la oposición, como en
este caso, deslegitima un proceso electoral que, como el convocado para el 20
de mayo, rebasa cualquier abuso y ventajismo que en otras elecciones haya
cometido la dictadura.
Lo ideal es unir a todos los que luchan contra la
dictadura, independientemente de su posición de cara al 20 de mayo, estimulando
un gran debate que tenga como epicentro la urgente necesidad de propiciar un
cambio político en Venezuela, cuyos resultados visibles sean la conformación y
consolidación de una plataforma unitaria nacional, con una estrategia unitaria,
que combine todas las formas de lucha, acuerde un programa de unidad y
reconstrucción nacional y se disponga, de forma inmediata, a facilitar la
participación y el protagonismo ciudadano mediante la conformación de asambleas
populares; germen de un nuevo poder genuinamente democrático.
Por lo pronto es una falacia vender la especie de que
el 20 de mayo se juega el futuro de Venezuela por los próximos seis años. Al
margen de la constitución y las leyes, en medio de la hambruna, la miseria y
muerte sembrada por el régimen, y en medio del más descarado saqueo a las
riquezas nacionales y al erario público, hay razones constitucionales y
democráticas para luchar por un cambio político inmediato, así como razones de
sobra para que el pueblo se rebele, como nuevamente pasará, momento para el
cual una nueva dirección política nacional, expresión de la más amplia unidad, estará
al frente de las luchas para salvar a Venezuela del desastre al que el
chavo-madurismo la ha conducido.
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