ACERCA DEL MOMENTO ACTUAL…

La velocidad de los acontecimientos políticos parecieran precipitar sucesos diversos en el escenario nacional. El avance en la aprobación de un paquete de leyes que, en buena medida, recogen los cambios constitucionales propuestos en la fracasada reforma constitucional sometida a referéndum en noviembre del 2007, apuntan en la dirección de adecuar la estructura jurídica del Estado para facilitar la prolongación del régimen.
La Ley Orgánica de Educación, la Ley Orgánica de Procesos Electorales, la Ley de Propiedad Social, La Ley Orgánica del Trabajo, la reforma del Código Orgánico Procesal Penal, entre otras, favorecen la naturaleza autoritaria, militarista y despótica del gobierno que, junto con el estimulo a las más variadas formas de hostigamiento y atropello a la disidencia política y a cualquier vestigio de protesta, configuran un cuadro en el que, bajo el discurso del socialismo y las poses revolucionarias, se avanza en la conformación de un estado fascista; leyes punitivas y cercenadoras de los más elementales derechos democráticos, así como de históricas conquistas de la clase obrera y de los sectores populares (contratación colectiva, sindicalización, representación proporcional de las minorías, por ejemplo), junto al terrorismo desplegado por bandas de choque que, sin pudor alguno y en nombre de la revolución, vaya contrasentido, agreden impunemente a quienes, legítimamente, protestan, forman parte de un guión clásico del fascismo.
La prontitud en la aplicación de estas medidas, busca, igualmente, dar la sensación de que se está frente a un gobierno blindado, frente a un gobierno que es difícil de desplazar y que, en consecuencia, lo que procede es la sumisión y hasta la rendición colectiva. Nada más alejado de la realidad.
Lo que realmente sucede es que el fracaso del régimen es de tal envergadura, que ha venido perdiendo, de manera acelerada, respaldo popular, produciéndose importantes desprendimientos en las fuerzas que le han servido de apoyo y abriendo perspectivas claras para la edificación de una propuesta alternativa que permita construir una sociedad verdaderamente democrática y popular. Estamos en una coyuntura política en la que el poder del régimen, significativo por cierto, se encuentra bastante mermado y a expensas de que una oposición unida pueda cambiar la correlación de fuerzas políticas.
Más allá de distraerse frente a las medidas y/o decisiones que a cada rato se le ocurra al gobierno nacional, a la oposición le corresponde avanzar en el establecimiento de acuerdos estratégicos que permitan configurarla como alternativa de poder, amplia, democrática e incluyente, en tanto le dé cabida a todos los sectores políticos y sociales que se desprendan del chavismo. Lo cual no excluye la necesidad de atender y dar respuesta a los acontecimientos que suceden en el día a día pero, sin perder la perspectiva o, dicho de otra forma, en el contexto de una estrategia que permita avanzar, de manera firme, hacia la conformación de una gran coalición electoral que abra pasos a la restitución del estado de derecho.
Elementos fundamentales en ese camino son la estructuración de un programa popular alternativo y el establecimiento de un plan de luchas que unifique el descontento nacional y estadal, potenciando las fuerzas hacia una nueva mayoría, hacía una nueva Venezuela.
No hay cabida para la desesperanza ni tampoco para el desespero que, aunque suene redundante no lo es. Los venezolanos que, de forma manifiesta o no, esperan un cambio político en el país, requieren de una dirigencia política madura y equilibrada, capaz de demostrar que es posible un gobierno democrático y popular, que una nueva Venezuela pronto vera luz, a pesar de las provocaciones, a pesar de los atropellos, a pesar de las amenazas…

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