METAMORFOSIS EN EL EJERCICIO DE GOBIERNO

Conste que no es con todos, pues hay funcionarios públicos honorabilísimos, pero lamentablemente suelen pasar desapercibidos y cuando se empeñan en ser tan honestos, tan rectos, tan ajustados a las normas, pasan de incómodos a ser estorbos, sobre todo para aquel jefecillo que pierde su condición de ciudadano tan pronto asume el más mínimo cargo de jefatura en la administración pública; bien sea por elección popular o por designación.
Ya he comentado, en otros espacios, que necesitamos formar ciudadanos capaces de reconocer que tienen derechos (también deberes), y que, sobre todo, sean capaces de ejercerlos de forma autónoma frente al poder constituido. Sólo de esta forma se podría ejercer una verdadera contraloría social, pues el ciudadano actúa en función de la defensa de los intereses de la comunidad y no de parcialidad política alguna. Sólo de esta forma tendríamos gobiernos eficientes, en tanto se vean obligados a responder a una ciudadanía altamente politizada, motivada y dispuesta a defender los derechos de todos, sin mediatizarse por el chantaje político que se ejerce desde las posiciones de gobierno.
Quizás no es la única condición, pero si es una gran ayuda, que la previa formación ciudadana ayude al ejercicio de la política (y más que ello de la función pública). Ello haría que se vieran menos incongruencias entre el discurso y la práctica, entre lo que se dice cuando se es oposición y lo que se hace desde el gobierno, entre lo que se dice, se promete y lo que se hace desde el ejercicio de cualquier responsabilidad pública.
Por eso hoy día tenemos en Venezuela situaciones bien paradójicas, los gobiernos anteriores a este fueron severamente cuestionados, entre otras razones, por el manejo poco escrupuloso de los recursos del Estado y por la política clientelar desarrollada (cosa que no era falso), cuestionamientos a cuya cabeza estaban no pocos de los que hoy han prostituido y degradado el ejercicio de gobierno a niveles impensables.
La degradación del ejercicio de la función pública, sobre todo por quienes ocupan cargos de jefatura, insisto con honorabilísimas excepciones, tiene varios niveles según el grado de influencia que tenga el funcionario.
Así, hay aquellos segundones, devenidos en jefecillos, que usan el patrimonio público, como si fuera su propiedad; oficinas, materiales, vehículos, incluso hasta el personal a su cargo, al que ponen, muchas veces, a ejercer labores de estricto beneficio personal (trasportar a familiares, hacer compras personales, vigilar sus hogares, hasta hacer tareas de índole académicas).
Igualmente hay funcionarios públicos, otrora modestos ciudadanos, hoy día enriquecidos sin pudor, ostentando odiosamente bienes materiales que rebasan, a todas luces, sus ingresos.
Pero, también hay aquellos que bajo el amparo del Estado facilitan a modestos empresarios tal cantidad de negocios, con el patrimonio público, hasta llevarlos a ser acaudalados boligarcas (dueños de bancos, por ejemplo), que no llegan a tales niveles de acumulación sin que exista aquel funcionario que lo facilite.
Entre esa amplia franja suceden cosas como que las gobernaciones y alcaldías, así como las empresas públicas, han sido convertidas en oficinas del partido de gobierno, por cuanto además de la cantidad de propaganda política que hay en ellas, de la presión que se hace para que los funcionarios se inscriban en el partido, los recursos materiales (y en alguna medida los financieros), suelen estar a disposición del desarrollo de las actividades partidistas.
Estos elementos, o manifestaciones de la degradación moral en la que se encuentra la administración pública, son el resultado de la ausencia de estado de derecho, de autonomía en los poderes y, también, de aquella conseja de creerse inmunes a las investigaciones y sanciones que, en cualquier momento, vendrán. Esto ni es moral, mucho menos revolucionario. Por ello, hoy día necesitamos formar ciudadanos para que en el ejercicio de la gestión pública pueda evitarse la metamorfosis sufrida por muchos funcionarios, saliendo de ese círculo vicioso de que eso siempre ha pasado en todos los gobiernos.

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