NUEVA DEMOCRACIA PARA SALIR DEL DESASTRE
En el cuadragésimo aniversario de BANDERA ROJA queremos manifestar a todos los venezolanos y venezolanas nuestra preocupación por el difícil momento que se viene constituyendo en el país. No se trata de una simple crisis. Es la múltiple confluencia de viejos y nuevos problemas que no encuentran solución en el actual régimen y que más bien tienden a agravarse de manera dramática. Es un desorden generalizado. Es el incumplimiento de la reiterada promesa de mejorar las cosas. Es la estafa a la confianza de los ciudadanos. Podríamos decir en el lenguaje de nuestros viejos, y con sobrada razón, que “ahora sí llegamos al llegadero”.
El fenómeno del Niño descubre y sirve de coartada, al igual que la crisis mundial. En el olvido presidencial quedaron aquellas frases que decían que estábamos blindados contra la crisis y que ella no iba a repercutir en Venezuela porque aquí se desarrollaban políticas socialistas que nos preservaban de esos peligros. Muy atrás quedaron esos cantos que nos hablaban del desarrollo del país. Y, de verdad, con qué cara se van a recordar esas cosas cuando vivimos el rudo tiempo de los racionamientos de agua y electricidad. A bañarse con totumas y alumbrarse con velas… para atrás como el cangrejo. Inexplicable pero cierto. Más dañino que el fenómeno del Niño nos ha resultado ese niño-fenómeno de Sabaneta.
Por donde quiera que se le mire el país está sumido en un desbarajuste. No hay orden ni concierto en ninguna parte. No hay institución sana, todas han sido pervertidas por el despotismo imperante, por el caudillismo que ha impuesto el método cuartelario de ordeno y mando. Todo se maneja como si fuera hacienda propia, la autonomía de los poderes públicos hoy más que nunca es una ficción. La ineficacia, la corrupción, la impunidad, el manejo acomodaticio de la justicia, la mediocridad y sumisión de la Asamblea Nacional, del TSJ, de la Defensoría del Pueblo, de la Contraloría y las mafias formadas en el ejercicio de la función pública, han hecho añicos el Estado de Derecho. Este régimen cada vez nos aproxima más al imperio del autoritarismo, a un Estado forajido que no respeta ley alguna, que cambia a capricho las normas para adaptarlas a sus designios.
La política económica es un fracaso. Por más discurso que se haga, por más que se quiera manipular con mentiras o medias verdades, lo cierto es que ha quedado en evidencia, producto de la crisis mundial del capitalismo, que este modelo económico-social es sencillamente insostenible. La devaluación del bolívar viene a decirnos con sobrada contundencia que la producción no era suficiente para sostener la paridad cambiaria. Pero nos dice también que ante la reducción de la renta petrolera era necesario para el gobierno quitarle dinero a la gente para financiar su campaña electoral para la Asamblea Nacional, para manipular conciencias y ganar apoyos con programas dirigidos a los sectores económicamente más depauperados. Estas políticas no son nuevas. Pero el colmo es que el Señor de Miraflores venga ahora a decirnos que él lo que ha hecho es revaluar, que los precios deben bajar y que con esa medida está incentivando la inversión nacional. Lo que va a lograr es enriquecer más a los que tienen dólares y hacer más pobres a quienes no los tenemos, afectando negativamente a los trabajadores que verán disminuidos sus salarios toda vez que el aumento decretado como compensación no está al nivel del daño causado, pero también perderán 50 por ciento de sus ahorros y serán azotados por el desempleo que van a generar estas y otras medidas subsiguientes.
El desastre económico es de tal magnitud que el decrecimiento económico es mayor que los promedios latinoamericano y mundial. Quebradas prácticamente las empresas básicas, la industria en el suelo y la agricultura en ruinas. Llegamos al punto donde este socialista de embuste –en vez de confiar en el desarrollo de las fuerzas productivas nacionales, en diversificar, desarrollar y fortalecer la economía venezolana– lo que hace es rogar a todos los santos y activar a todos sus babalaos por la recuperación de las grandes economías imperialistas, que son las mayores demandantes de petróleo. Más claro no podía hablarnos la realidad: hoy somos más dependientes que nunca. A fin de cuentas es su consumo energético el que marca en definitiva los precios del petróleo. Aunque el Delirante diga, cuando suben, que eso depende de su sabia, audaz y valiente defensa de los precios y, cuando bajan, se lo endilga, correctamente, a la crisis capitalista mundial.
Este “caballero” ha dilapidado una fortuna superior a 900 mil millones de dólares y ha perdido el tiempo en una discurseadera incontenible, en ese fárrago de palabrería hueca que sólo sirve para engañar incautos, para darse ánimo y justificación, para encubrir los reales propósitos de sus políticas y para darle cierta nobleza a sus actos. Para nada es aceptable la argumentación de que ha sobrevivido a todos los malos pronósticos y que sigue aposentado en el Palacio Presidencial. Una insensatez de tal medida sólo puede entenderse en alguien que no le importe de verdad la suerte del país, que no le preocupe que marchemos aceleradamente rumbo al abismo, que se conforme con mantenerse a flote a la espera de que una ola grande lo hunda. No le alcanzaron once años para refundar la República. A fin de cuentas resultó inútil para resolver los problemas del país. Al contrario, se han agravado en su gestión. Lo desbordó la delincuencia, dejando a la gente indefensa y sometida a esa lotería de la muerte. La corrupción le llegó a tales niveles que abarcó su propio y más cercano entorno. La corrupción bancaria puesta al descubierto en estos tiempos –tanto por los personeros que fueron sometidos a la justicia, como por las denuncias hechas con lujo de detalles– deja al descubierto formas ilegales de transferencia y manejo de capitales del Estado para favorecer estos negocios. Reafirma esto lo que tantas veces hemos sostenido: ¡Éste es un gobierno de la oligarquía financiera!… de la vieja y de la nueva formada a la sombra de negocios del Estado.
No obstante, son variadas y abundantes las señales que se vienen presentando de “esbaratamento” del chavismo. Resalta el desgajamiento progresivo de importantes contingentes de trabajadores, principalmente del área industrial, de industrias básicas, petróleo y manufactura. De allí la estrategia de atrincherarse en los sectores más marginados de la población donde su manipulación ha tenido mayor eficacia. Las contradicciones internas vienen agudizándose a ritmo acelerado, con sus avances y retrocesos, pero repitiéndose cada vez con mayor frecuencia. Las relaciones con los aliados no resultan tan fáciles como antes. Con el PCV y PPT son variados los puntos de diferenciación y la posibilidad de una ruptura es algo que está amenazando. Al interior del PSUV y su periferia se puede notar cómo surgen opiniones críticas que no veíamos en otros tiempos.
Lo común de todas estas expresiones es el descontento con el desempeño del gobierno, es el agotamiento del discurso que no logra revivir las esperanzas marchitas por el incumplimiento de las ofertas, por la gran diferencia entre lo que se dice y lo que se hace, por la flagrante contradicción entre el palabrerío seudorrevolucionario y la práctica de un capitalismo salvaje que responde a los intereses de la oligarquía financiera. Atizan el fuego la corrupción y la incapacidad del régimen de marcar un rumbo claro hacia el progreso. Los que de verdad pensaron que este liderazgo iba a conducir al socialismo hoy deben sentirse estafados, algunos aún abrigan la remota esperanza de que pueda enderezarse el rumbo, quieren dar una oportunidad a esta radicalización del planteamiento revolucionario desde la Presidencia. Pero será más fuerte su desengaño cuando puedan comprobar en la práctica que el camino que se transita nos conduce a metas totalmente diferentes.
Es tiempo de decisiones históricas, de echar al cesto de la basura cualquier fanatismo, de enterrar todo criterio sectario, de pensar en el país, en la suerte de nuestro pueblo. Es tiempo de construir los espacios para el reencuentro, para la reunificación de la familia venezolana, para el compromiso de unir voluntades y propósitos para salir de este desastre, para darnos un nuevo orden. Venezuela necesita una Nueva Democracia. Sobrada experiencia nos dejan los intentos realizados. La lección nos dice que no debemos repetir esos errores. Que es imprescindible reencontrarnos en una amplísima alianza que una todo el descontento y toda la crítica, pero que también responda satisfactoriamente a todos los intereses, y esto no puede hacerse de otra manera que no sea privilegiando lo que nos es común, lo que identifica aspiraciones compartidas, lo que todos queremos para nuestra patria. Sobre esa base, las divergencias quedarán para resolverse en otro momento y podremos trabajar todos para dar respuestas a grandes problemas que hoy entorpecen nuestro desarrollo.
Una Nueva Democracia es el camino de los grandes espacios para el debate fructífero y creador, para la integración de lo político y socialmente diverso, para la convivencia de todos los credos e ideologías, para el respeto y aceptación de la disidencia. Es la propensión a la justicia y la igualdad sociales. Es la jerarquización y afianzamiento del principio de soberanía nacional como eje rector de la vida republicana. Es la búsqueda de una economía diversificada y desarrollada. Es un régimen para superar esta democracia de élites y transformarla en una democracia de pueblo. Es el imperio de las normas que hacen posible la vida en sociedad. En definitiva, es el rumbo hacia una Venezuela de grandeza que deja atrás la diatriba estéril y el debate superficial y que se dispone a transformar esta economía rentista en una sociedad de productores libremente asociados.
Los partidos políticos que nos hemos coaligado en la Mesa de Unidad Democrática adelantamos un proceso que servirá de base para la reunificación de la sociedad venezolana en la lucha por el cambio político y para impulsar las transformaciones que el país requiere. Es un primer escalón que culminará con la presentación de una propuesta programática, que en términos generales prefigurará la Venezuela que queremos, con una agenda parlamentaria que nos compromete con el rescate institucional de la Asamblea Nacional y con una propuesta candidatural para las parlamentarias que irá fortaleciéndose a la par que se construye una instancia de unión de las luchas y los reclamos sociales. A partir de allí nos proponemos elevar esta unidad al rango de unidad general, que abarque a todos los sectores sociales, políticos, religiosos, culturales, deportivos, de comunidades, en fin que sea la expresión más amplia y diversa de la sociedad venezolana.
A las elecciones parlamentarias esperamos llegar con estas tareas adelantadas para contribuir con la tan necesaria victoria en esta contienda. El triunfo nos permitiría iniciar un cambio en los poderes públicos y rescatar el papel contralor de la Asamblea, darle correcta orientación al gasto público a través de les leyes de presupuesto y convertir ese espacio en el escenario para los grandes debates, los entendimientos y los consensos. Posibilitaría avanzar en leyes que favorezcan nuestra soberanía nacional y el desarrollo y ascenso social. Así como se podrían derogar todas aquellas que contrarían la Constitución nacional y que nos afectan negativamente como país y como pueblo.
Las banderas que levantamos hace 40 años, como puede verse, conservan plena vigencia y siguen convocando a la militancia comprometida y a la lucha. Los centenares de compañeros que ofrendaron su vida por estas ideas se hacen presentes en este acto de perseverancia y de consecuencia con las mejores voluntades que anidan en nuestro pueblo. Nos prohibimos olvidarlos y su memoria nos ayuda a alumbrar los caminos de progreso, libertad y justicia. ¡A ganar la Asamblea Nacional para construir poder popular!
El fenómeno del Niño descubre y sirve de coartada, al igual que la crisis mundial. En el olvido presidencial quedaron aquellas frases que decían que estábamos blindados contra la crisis y que ella no iba a repercutir en Venezuela porque aquí se desarrollaban políticas socialistas que nos preservaban de esos peligros. Muy atrás quedaron esos cantos que nos hablaban del desarrollo del país. Y, de verdad, con qué cara se van a recordar esas cosas cuando vivimos el rudo tiempo de los racionamientos de agua y electricidad. A bañarse con totumas y alumbrarse con velas… para atrás como el cangrejo. Inexplicable pero cierto. Más dañino que el fenómeno del Niño nos ha resultado ese niño-fenómeno de Sabaneta.
Por donde quiera que se le mire el país está sumido en un desbarajuste. No hay orden ni concierto en ninguna parte. No hay institución sana, todas han sido pervertidas por el despotismo imperante, por el caudillismo que ha impuesto el método cuartelario de ordeno y mando. Todo se maneja como si fuera hacienda propia, la autonomía de los poderes públicos hoy más que nunca es una ficción. La ineficacia, la corrupción, la impunidad, el manejo acomodaticio de la justicia, la mediocridad y sumisión de la Asamblea Nacional, del TSJ, de la Defensoría del Pueblo, de la Contraloría y las mafias formadas en el ejercicio de la función pública, han hecho añicos el Estado de Derecho. Este régimen cada vez nos aproxima más al imperio del autoritarismo, a un Estado forajido que no respeta ley alguna, que cambia a capricho las normas para adaptarlas a sus designios.
La política económica es un fracaso. Por más discurso que se haga, por más que se quiera manipular con mentiras o medias verdades, lo cierto es que ha quedado en evidencia, producto de la crisis mundial del capitalismo, que este modelo económico-social es sencillamente insostenible. La devaluación del bolívar viene a decirnos con sobrada contundencia que la producción no era suficiente para sostener la paridad cambiaria. Pero nos dice también que ante la reducción de la renta petrolera era necesario para el gobierno quitarle dinero a la gente para financiar su campaña electoral para la Asamblea Nacional, para manipular conciencias y ganar apoyos con programas dirigidos a los sectores económicamente más depauperados. Estas políticas no son nuevas. Pero el colmo es que el Señor de Miraflores venga ahora a decirnos que él lo que ha hecho es revaluar, que los precios deben bajar y que con esa medida está incentivando la inversión nacional. Lo que va a lograr es enriquecer más a los que tienen dólares y hacer más pobres a quienes no los tenemos, afectando negativamente a los trabajadores que verán disminuidos sus salarios toda vez que el aumento decretado como compensación no está al nivel del daño causado, pero también perderán 50 por ciento de sus ahorros y serán azotados por el desempleo que van a generar estas y otras medidas subsiguientes.
El desastre económico es de tal magnitud que el decrecimiento económico es mayor que los promedios latinoamericano y mundial. Quebradas prácticamente las empresas básicas, la industria en el suelo y la agricultura en ruinas. Llegamos al punto donde este socialista de embuste –en vez de confiar en el desarrollo de las fuerzas productivas nacionales, en diversificar, desarrollar y fortalecer la economía venezolana– lo que hace es rogar a todos los santos y activar a todos sus babalaos por la recuperación de las grandes economías imperialistas, que son las mayores demandantes de petróleo. Más claro no podía hablarnos la realidad: hoy somos más dependientes que nunca. A fin de cuentas es su consumo energético el que marca en definitiva los precios del petróleo. Aunque el Delirante diga, cuando suben, que eso depende de su sabia, audaz y valiente defensa de los precios y, cuando bajan, se lo endilga, correctamente, a la crisis capitalista mundial.
Este “caballero” ha dilapidado una fortuna superior a 900 mil millones de dólares y ha perdido el tiempo en una discurseadera incontenible, en ese fárrago de palabrería hueca que sólo sirve para engañar incautos, para darse ánimo y justificación, para encubrir los reales propósitos de sus políticas y para darle cierta nobleza a sus actos. Para nada es aceptable la argumentación de que ha sobrevivido a todos los malos pronósticos y que sigue aposentado en el Palacio Presidencial. Una insensatez de tal medida sólo puede entenderse en alguien que no le importe de verdad la suerte del país, que no le preocupe que marchemos aceleradamente rumbo al abismo, que se conforme con mantenerse a flote a la espera de que una ola grande lo hunda. No le alcanzaron once años para refundar la República. A fin de cuentas resultó inútil para resolver los problemas del país. Al contrario, se han agravado en su gestión. Lo desbordó la delincuencia, dejando a la gente indefensa y sometida a esa lotería de la muerte. La corrupción le llegó a tales niveles que abarcó su propio y más cercano entorno. La corrupción bancaria puesta al descubierto en estos tiempos –tanto por los personeros que fueron sometidos a la justicia, como por las denuncias hechas con lujo de detalles– deja al descubierto formas ilegales de transferencia y manejo de capitales del Estado para favorecer estos negocios. Reafirma esto lo que tantas veces hemos sostenido: ¡Éste es un gobierno de la oligarquía financiera!… de la vieja y de la nueva formada a la sombra de negocios del Estado.
No obstante, son variadas y abundantes las señales que se vienen presentando de “esbaratamento” del chavismo. Resalta el desgajamiento progresivo de importantes contingentes de trabajadores, principalmente del área industrial, de industrias básicas, petróleo y manufactura. De allí la estrategia de atrincherarse en los sectores más marginados de la población donde su manipulación ha tenido mayor eficacia. Las contradicciones internas vienen agudizándose a ritmo acelerado, con sus avances y retrocesos, pero repitiéndose cada vez con mayor frecuencia. Las relaciones con los aliados no resultan tan fáciles como antes. Con el PCV y PPT son variados los puntos de diferenciación y la posibilidad de una ruptura es algo que está amenazando. Al interior del PSUV y su periferia se puede notar cómo surgen opiniones críticas que no veíamos en otros tiempos.
Lo común de todas estas expresiones es el descontento con el desempeño del gobierno, es el agotamiento del discurso que no logra revivir las esperanzas marchitas por el incumplimiento de las ofertas, por la gran diferencia entre lo que se dice y lo que se hace, por la flagrante contradicción entre el palabrerío seudorrevolucionario y la práctica de un capitalismo salvaje que responde a los intereses de la oligarquía financiera. Atizan el fuego la corrupción y la incapacidad del régimen de marcar un rumbo claro hacia el progreso. Los que de verdad pensaron que este liderazgo iba a conducir al socialismo hoy deben sentirse estafados, algunos aún abrigan la remota esperanza de que pueda enderezarse el rumbo, quieren dar una oportunidad a esta radicalización del planteamiento revolucionario desde la Presidencia. Pero será más fuerte su desengaño cuando puedan comprobar en la práctica que el camino que se transita nos conduce a metas totalmente diferentes.
Es tiempo de decisiones históricas, de echar al cesto de la basura cualquier fanatismo, de enterrar todo criterio sectario, de pensar en el país, en la suerte de nuestro pueblo. Es tiempo de construir los espacios para el reencuentro, para la reunificación de la familia venezolana, para el compromiso de unir voluntades y propósitos para salir de este desastre, para darnos un nuevo orden. Venezuela necesita una Nueva Democracia. Sobrada experiencia nos dejan los intentos realizados. La lección nos dice que no debemos repetir esos errores. Que es imprescindible reencontrarnos en una amplísima alianza que una todo el descontento y toda la crítica, pero que también responda satisfactoriamente a todos los intereses, y esto no puede hacerse de otra manera que no sea privilegiando lo que nos es común, lo que identifica aspiraciones compartidas, lo que todos queremos para nuestra patria. Sobre esa base, las divergencias quedarán para resolverse en otro momento y podremos trabajar todos para dar respuestas a grandes problemas que hoy entorpecen nuestro desarrollo.
Una Nueva Democracia es el camino de los grandes espacios para el debate fructífero y creador, para la integración de lo político y socialmente diverso, para la convivencia de todos los credos e ideologías, para el respeto y aceptación de la disidencia. Es la propensión a la justicia y la igualdad sociales. Es la jerarquización y afianzamiento del principio de soberanía nacional como eje rector de la vida republicana. Es la búsqueda de una economía diversificada y desarrollada. Es un régimen para superar esta democracia de élites y transformarla en una democracia de pueblo. Es el imperio de las normas que hacen posible la vida en sociedad. En definitiva, es el rumbo hacia una Venezuela de grandeza que deja atrás la diatriba estéril y el debate superficial y que se dispone a transformar esta economía rentista en una sociedad de productores libremente asociados.
Los partidos políticos que nos hemos coaligado en la Mesa de Unidad Democrática adelantamos un proceso que servirá de base para la reunificación de la sociedad venezolana en la lucha por el cambio político y para impulsar las transformaciones que el país requiere. Es un primer escalón que culminará con la presentación de una propuesta programática, que en términos generales prefigurará la Venezuela que queremos, con una agenda parlamentaria que nos compromete con el rescate institucional de la Asamblea Nacional y con una propuesta candidatural para las parlamentarias que irá fortaleciéndose a la par que se construye una instancia de unión de las luchas y los reclamos sociales. A partir de allí nos proponemos elevar esta unidad al rango de unidad general, que abarque a todos los sectores sociales, políticos, religiosos, culturales, deportivos, de comunidades, en fin que sea la expresión más amplia y diversa de la sociedad venezolana.
A las elecciones parlamentarias esperamos llegar con estas tareas adelantadas para contribuir con la tan necesaria victoria en esta contienda. El triunfo nos permitiría iniciar un cambio en los poderes públicos y rescatar el papel contralor de la Asamblea, darle correcta orientación al gasto público a través de les leyes de presupuesto y convertir ese espacio en el escenario para los grandes debates, los entendimientos y los consensos. Posibilitaría avanzar en leyes que favorezcan nuestra soberanía nacional y el desarrollo y ascenso social. Así como se podrían derogar todas aquellas que contrarían la Constitución nacional y que nos afectan negativamente como país y como pueblo.
Las banderas que levantamos hace 40 años, como puede verse, conservan plena vigencia y siguen convocando a la militancia comprometida y a la lucha. Los centenares de compañeros que ofrendaron su vida por estas ideas se hacen presentes en este acto de perseverancia y de consecuencia con las mejores voluntades que anidan en nuestro pueblo. Nos prohibimos olvidarlos y su memoria nos ayuda a alumbrar los caminos de progreso, libertad y justicia. ¡A ganar la Asamblea Nacional para construir poder popular!
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