LA HONDURA EN QUE ESTAMOS

No es difícil advertir que motiva el tema de esta semana. ¡Es noticia mundial! Golpe en Honduras… La historia de las sociedades, sin lugar a dudas, es dinámica. La llegada de Fujimori a la presidencia del Perú parecía el inicio de un régimen político estable, dado el respaldo popular y la imagen de hombre fuerte que proyectaba el japonés. Ecuador vio pasar, en un dos por tres, a par de Presidentes; uno excéntrico y locuaz, y otro, no menos locuaz y autoritario. La aparentemente apacible Venezuela vio alterada su “paz institucional” hace ya 17 años. Uruguay y Chile tras años de manifiestas dictaduras dieron paso a regímenes democráticos...
Ningún régimen es tan fuerte como creen los que están afuera, así como ninguna oposición es tan débil como creen los que están en el gobierno. La historia está llena de ejemplos. Bien, es lamentable lo que está aconteciendo en Honduras. Es condenable el uso de la fuerza para deponer a un mandatario legal y legítimamente electo, por cuanto ella, por si sola, genera fisuras difíciles de superar en tanto se elevan a un plano superior las contradicciones; al plano de la violencia política.
El ejercicio del poder por los militares, indistintamente de su concepción política, suele caracterizarse por el autoritarismo en las relaciones sociales, el sostenimiento de relaciones de subordinación, así como el militarismo de la administración pública y, en general, la imposición. Por lo que, este es, definitivamente, nocivo para las sociedades, más aun si ello es el resultado de golpes de Estado como el ocurrido el pasado domingo en este pequeño país centroamericano.
Violentar el orden establecido es condenable, desde todo punto de vista, y ello es valido tanto para quienes irrumpen violentamente haciendo uso de las armas, como en el caso que nos une hoy, así como para aquellos que, ocupando legal y legítimamente posiciones de gobierno, abusan del poder para buscar entronizarse en él. He aquí la hondura en la que estamos metidos; el irrespeto a las normas.
Era probable que el desenlace del conflicto hondureño terminara en esto… ó empezara, pues la dinámica de los acontecimientos previos, en la que los poderes públicos, las fuerzas armadas y hasta el propio partido de gobierno se oponían a la iniciativa de Zelaya, dejaban el escenario servido para extremar las posiciones en las que, también era evidente el desconocimiento presidencial a la autonomía de los poderes.
La creencia errada que tienen ciertos mandatarios latinoamericanos de que el ejercicio de la presidencia supone un cheque en blanco para hacer lo que se les venga en gana, desnuda un gorilaje de nuevo tipo que compite con el que históricamente han representando los militares golpistas. El ejercicio del gobierno ha de considerar la diversidad de ideas y convicciones, para que, interpretándose correctamente, faciliten la inclusión de las minorías que, dicho sea de paso, siempre serán circunstanciales.
Tan golpes de Estado son las asonadas militares como la hondureña, como aquellos arrebatos de autoritarismo gubernamental que desconocen la legalidad establecida, que proponen leyes que no se ajustan a las constituciones, que doblegan los poderes del Estado y que, como en nuestro caso, hacen uso de todos ellos para desconocer a gobernadores y alcaldes legal y legítimamente electos, por sólo mencionar este caso. Esta es la hondura en la que estamos metidos.
La resolución que ha tomado la OEA, así como los demás organismos internacionales, han debido venir acompañadas de la enérgica condena al golpe militar, a la intromisión de los militares en los asuntos políticos. Pero, también, de condena a la sistemática violación del orden constitucional por parte de los gobiernos que, en el afán de eternizarse en el poder, abusan del poder del Estado para construirse un “piso legal” que sirva a sus intereses hegemónicos.
Mientras no exista un respeto verdadero a las normas constitucionales, mientras no se respete las opiniones del otro, mientras no se actúe con verdadero sentido democrático, mientras existan caudillos que se consideran predestinados por la providencia a imponer, como definitivas, sus convicciones, mientras desde los gobiernos se actúe como gorilas, seguiremos metidos en esta hondura.

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